Elinor Ostrom
Nació como Elinor Claire Awan en Los Angeles, California, el 7 de agosto de 1933. Creció durante la gran depresión. Por fortuna, su casa tenía un patio suficiente para plantar verduras y frutales. Aprendió así a ver crecer aquello que se plantaba. Pasó su infancia haciendo actividades propias de una niña de esa época. Le gustaba nadar y, ganando competiciones, pudo ahorrar dinero para el college.
Participaba con éxito en debates estudiantiles, lo que tuvo impacto directo en su forma de pensar. Encontró esencial comprender que siempre hay diferentes puntos de vista para abordar cuestiones de políticas públicas y que es fundamental entender los argumentos de cada parte y adoptar posturas críticas y contrastables.
Se graduó en Economía en UCLA, donde las tasas se lo podían permitir, y al buscar trabajo no dejaba de sorprenderse porque siempre le preguntaran en primer lugar si era buena en taquigrafía. Afortunadamente, después de un año, consiguió un trabajo como asistente de gestión de personal para una empresa de negocios, que contrataba por primera vez a una mujer en un puesto distinto del de secretaria. Eso la animó a solicitar más tarde un puesto de asistente de investigación y a hacer la tesis doctoral.
Sin embargo, al principio sus intentos fueron desalentadores. Al ser mujer, le habían desaconsejado estudiar matemáticas más allá de los conceptos básicos de secundaria. Pero para Elinor, uno de sus principios fue siempre no tomar rechazos de partida como obstáculos permanentes para seguir adelante. Así, no pudiendo entrar en un doctorado en Economía, se decantó por Ciencias Políticas. En UCLA no lo veían con buenos ojos, ya que una mujer doctora en políticas tenía muy pocas posibilidades de terminar en un empleo encajado con su nivel, y pensaron que eso empeoraría la reputación de la universidad .
Finalmente, fue admitida y defendió su tesis en 1965. Poco después se publicaba en Science “The Tragedy of the Commons“, por Garret Hardin. Esto le motivó aún más el trabajar de forma incansable y concienzuda para investigar sobre qué condiciones son relevantes para que las organizaciones funcionen, y la razón de que no siempre la gestión de los bienes comunes sea incompatible con la de los intereses personales. Sin entrar en detalles –recomiendo encarecidamente, apto para cualquier lectora o lector que quiera acercarse a sus investigaciones– conviene recordar –sobre todo en estos tiempos de crisis y dudas sobre los sistemas económico-financieros– que el análisis es muy complejo; pero Elinor y Oliver Williamson recibieron el galardón por sus trabajos que demuestran que “el análisis económico puede aportar luz a la mayoría de las formas de organización social” y cómo “otras fuerzas, más allá del mercado, pueden aportarnos una cooperación organizada”, según dijo Mats Persson, del comité suizo del premio.
Elinor trabajó en buscar formas y evaluar “cómo organizaciones de usuarios pueden gestionar con éxito la propiedad pública”. Humildemente decía que su aportación era constatar que, en última instancia, el contexto importa cuando intentamos reformar o mejorar la eficiencia de los comunes. Su forma de pensar supuso un revulsivo para la época, en la que la mayoría de economistas basaban las conclusiones en modelos simplistas y regresiones lineales. Su mente ordenada y metódica y su labor de recopilación taxonómica, en colaboración con personas de diferentes disciplinas científicas, pusieron en cuestión el carácter general del resultado de Hardin. Pero también, tal y como se refleja en, Elinor Ostrom nos dejó un claro ejemplo de la necesidad de la interdisciplinariedad al abordar problemas complejos.
Elinor Ostrom murió el 12 de junio de 2012.